Sube, nomás
y te llevo a donde quieras
"Eres de la nota, no?... Y, ¿cómo te gustan los chicos?, ¿en serio no quieres? Tú te lo pierdes."
No es la primera vez que me sucede, y eso quizá, me sirvió para tomar las precauciones que el caso ameritaba. No sentí correr peligro, y es más, hasta me provocó seguirle el juego. Ahora me arrepiento. Cosas así, dan asco.
Salí de casa demasiado apurado, y corrí dos cuadras hacia arriba con dirección a Petit Thouars, muy cerca del tradicional teatro Canout. Últimamente he estado tomando taxi en dicha avenida. El principal motivo es a causa de la agitada implementación del conocido #CorredorAzul, pues si salgo hasta la Arequipa solo terminaré congestionando más el tráfico que se intenta erradicar. Parado en una esquina me encontraba, y esperaba con mi ansiedad aconstumbrada a que un vehículo pasara a recogerme. Alzaba la mano prácticamente en vano, puesto que en ese momento tan solo transitaban autos particulares. Cuando menos lo esperaba, un auto negro se estacionó en mi delante, y quien lo manejaba de manera sutil me invitó a subir sin darme tiempo para cotizar el precio. Debido a la premura que tenía, abordé inmediatamente el carro, y mientras manejaba le comuniqué mi destino. Dijo que me cobraría un precio bastante razonable. Acepté.
Ni cinco minutos de viaje transcurrieron para que me trate de iniciar un diálogo. Me preguntó mi nombre y mi edad. Lo típico, pensé. Algo me decía que quería hablar de política, y eso a mí para nada me fastidiaba. En época electoral, cada vez que a un taxi subía, siempre de manera amena iba intercambiando opiniones con quien maneja. Sentía placer en discutir. Sin embargo, este individuo no aspiraba exactamente tocar el tema mencionado, y creo que fue demasiado directo. Me interrogó de frente sobre la cantidad de enamoradas que había tenido. Quise no responderle, pero la idea de visibilización por parte de quienes nos asumimos como LGTBI, me animó a responderle enfáticamente. Le dí a entender que heterosexual no soy, todavía con la duda de no conocer su reacción. Volvió a lanzar su segunda pregunta sobre "cómo me gustaba que me lo hagan". Evidentemente se refería al acto sexual. Caso omiso le hice. Comenzaba a molestarme. De su boca frases medio calientes empezaron a salir. Su florido verbo estaba a punto de hacerme estallar, y lo logró cuando cogió mi mano e intentó hacerla tocar sus partes íntimas. Le reproché. A él poco le importó. Ganas de bajarme en plena pista no me faltaban, mas la media hora de retraso que tenía para mi clase generaban en mí un ligero aumento de mi tolerancia. Decidí no seguirle el juego, que en un principio me pareció hasta en buena onda. Equivocado estuve. No obstante, esto no termina acá. Aprovechando que el semáforo se encontraba en rojo, y por ende parar debía, se desabrochó su cinturón para bajarse el cierre del pantalón. Y con su mano derecha sacar de su boxer decolorado su miembro. Sí, ese que no le competía enseñármelo. Me jodió más. Tan solo cinco cuadras me distanciaban de mi destino, y eso se convertía en el único soporte para aguantar esto que bien acoso se podría llamar. Bajé lo más rápido que pude, apenas se estacionó. La idea de no cancelarle se me cruzó por la mente; lástima que ya le había pagado. Abrí su puerta y me dispuse a salir. No le agradecí por el servicio como estoy acostumbrado a hacerlo. Él culminó agotando mi paciencia. Trató de tocarme la parte posterior del pantalón al momento de reitrarme, y todavía tuvo la conchudez de pedirme mi número celular. Pero, qué cólera acababa de llevarme. Lo que me indigna aún más, es que no fui yo quien lo buscó, sino esa mierda.
Sentí un aire frío recorrer mi cuerpo mientras caminaba por el pasillo. Llegaba tarde a una clase en la cual estaba a punto de rendir una evaluación. Lo estudiado la noche anterior de desvanecía; las palabras llenas de morbo que el imbécil y desatinado conductor soltó al aire minutos atrás, no dejaban de atormentarme. De repente, la motivación tardía de haberlo denunciado o simplemente haberle hecho saber que llamaría a un oficial a pedir ayuda, o quizá decirle que su placa apuntaría, habrían hecho que esto no se descontrole. Aunque, quién sabe si me habría tomado en consideración, cuando al final solo demostró tener un comportamiento repudiable. El acoso, aunque delito no sea oficialmente, desde luego se rechaza. Taxistas así, no nos merecemos en Lima ni en ningún lugar.